En un pueblo, había un hombre que se llamaba Julien.

No tenía trabajo.

Un día pensó: «Voy a ir a la ciudad a buscar trabajo.»

Solo tenía tres monedas de oro.

Entonces se fue a la ciudad.

Cuando llegó, vio a mucha gente trabajando.

Estaba contento y dijo: «Yo también voy a encontrar trabajo aquí.»

Pero primero necesitaba un lugar donde dormir.

Vio una casa con un cartel que decía:

«Habitación libre en el piso de arriba.»

Llamó a la puerta.

Un hombre enfadado salió y dijo:

— ¿Qué quieres?

Julien respondió:

— Quiero una habitación para dormir.

El hombre dijo:

— El alquiler cuesta tres monedas de oro.

Julien estaba preocupado.

Dijo:

— Solo tengo tres monedas de oro y todavía tengo que buscar trabajo. ¿Podrías pedir un poco menos?

El hombre volvió a decir:

— Tres monedas de oro.

Julien no tuvo otra opción.

Le dio las tres monedas y consiguió la habitación.

Por la mañana, Julien olió un aroma delicioso.

Bajó y vio al hombre haciendo sopa.

Había mucha gente.

Julien tenía hambre y dijo:

— Quiero un poco de sopa, por favor.

El hombre dijo:

— Tres monedas de oro.

Julien respondió:

— Ya no tengo dinero. Dame un poco, por favor.

Pero el hombre repitió:

— Tres monedas de oro.

Julien no comió nada y subió de nuevo.

Se sentó en el balcón y disfrutó del olor de la sopa.

El hombre lo vio y se enojó mucho.

Gritó:

— ¡Estás robando el olor de mi sopa! ¡Tienes que pagar!

Llevó a Julien ante el juez.

Ambos contaron su historia.

El juez pensó un momento y luego dijo:

— Julien ha tomado el olor de tu sopa. ¡Aquí está el precio!

El juez tomó tres monedas de oro y las dejó caer sobre la mesa:

“¡Ting, ting, ting!”

Luego dijo:

— ¿Has oído el sonido? Ese es el precio de la sopa.

El hombre enfadado dijo:

— ¡Pero eso es solo un ruido!

El juez sonrió y dijo:

— Julien solo tomó el olor, no la sopa.

Así que tú recibes solo el sonido, no el dinero.

Con inteligencia, siempre se puede encontrar una solución.